Nadie la miraba, nadie la visitaba, pasaban a su lado y el silencio era una canción. Le inventaban colores, risas, historias imposibles. Pero nadie la miraba, nadie notaba el deterioro en sus paredes ni el pasto que la cubría.
Preferían transformarla en un rumor. Escribían canciones y poemas sobre ella. Cuentos de asesinatos y fantasmas, hombres lobos y vampiros.
Se convirtió en el orgullo del pueblo, la atracción que frustraba turistas y enojaba periodistas.
Una casa abandonada y oxidada que albergaba miles de dueños y anécdotas inventadas.